martes, 19 de febrero de 2013

Oraciones a La Santisima Virgen Nuestra Señora

1. LA ORACIÓN MARIANA MÁS ANTIGUA

SUB TUUM PRAESIDIUM[1]
 
Esta oración fue encontrada años atrás, sepultada en el desierto de Egipto, confirmando de esta manera su antigüedad. Se la encuentra incluida en el rito bizantino, copto, ambrosiano y latino:

 
“Bajo tu amparo

nos acogemos,

Santa Madre de Dios;

no deseches las súplicas que te dirigimos

en nuestras necesidades;

antes bien,

líbranos siempre de todo peligro,

Oh Virgen gloriosa y bendita”.


2. LA ORACIÓN MÁS FAMOSA

“ACORDAOS”

San Bernardo compuso una de las oraciones más famosas que conocemos:

“Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen!, Que jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a vuestra protección he implorado vuestro socorro, haya sido desamparado. Yo pecador, animado con tal confianza, acudo a vos ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!; A vos vengo, delante de vos me presento gimiendo. No queráis, ¡oh madre del verbo!, Despreciar mis palabras; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas. Amén”.

3. OTRAS ORACIONES

SAN EFRÉN[2]
Las oraciones que le dirige San Efrén a la Virgen son encendidas y llenas de vehemencia:

 
“Virgen, Señora, Madre de Dios, que llevaste en tu seno a Cristo, Salvador y Señor Nuestro: En ti pongo toda esperanza, en ti confío, que eres más sublime que todas las celestiales jerarquías. Defiéndeme con tu purísima gracia; gobierna mi vida, y declárame la santa voluntad de tu Hijo, y los senderos de nuestro Señor. Alcánzame el perdón de mis culpas. Sé mi refugio, mi protección, mi defensa, y llévame de tu mano hasta conducirme a la vida eterna. No me dejes, Señora, en el terrible instante de mi muerte; antes bien, corre en mi ayuda y líbrame de la cruel tiranía del demonio; pues tienes poder bastante para ello, porque todo lo puedes, por ser Madre de Dios.

 
Dígnate aceptar, Santísima y benignísima Señora, los preciosos dones, solo a ti debidos, que te ofrecemos tus indignos siervos, pues fuiste elegida como la más sublime de todas las generaciones de la tierra. Por ti, en efecto, conocimos al Hijo de Dios; por ti habitó entre nosotros el Señor de las virtudes, y fuimos, por ti, dignos de tu santo cuerpo y sangre. Bienaventurada eres por todos los siglos de los siglos, gratísima a Dios, más resplandeciente que los querubines, y más gloriosa que los serafines.

Y pues todos te alaban y bendicen, Santísima Madre de Dios, no ceses de interceder por nosotros, tus indignos siervos, para que escapemos de todas las acechanzas del demonio y de todos los males, y nos conservemos incólumes de cualquier asalto del que arroja contra nosotros sus dardos emponzoñados: guárdanos, principalmente, libres hasta el fin de la eterna condenación, para que, siendo salvos por tu auxilio y patrocinio, demos siempre gloria y alabanza y acción de gracias y adoración a Dios, uno y trino, Creador de todas las cosas.

Nobilísima y benigna Señora, Madre del Dios bueno, acoge las súplicas de tu siervo indigno, y con tus ojos de misericordia, tus entrañas de compasión, ejercítala conmigo, y aparta tus ojos de mis muchos pecados; renuévame todo por entero, y haz que sea templo del santo, vivificante y principal Espíritu, Virtud del Altísimo, que habitó en ti, y fecundó tu seno inmaculado.

Tú eres la auxiliadora de los afligidos, patrona de los atribulados y moribundos, salvación de los náufragos, puerto de refugio en las tempestades, valimiento y protección de todos los que gimen en la necesidad. Concede a este siervo el don de compunción, la rectitud de pensamiento, la serenidad de juicio, sobriedad de inteligencia, templanza de ánimo, humildad de espíritu, afición a la santidad, contento en la parquedad; sean sus costumbres respetuosas y santas; que transparenten la modestia y el candor interior del alma, y la paz que dio nuestro Señor a sus propios discípulos.

Llegue mi oración a tu santo templo y al tabernáculo de tu gloria. Broten de mis ojos fuentes de lágrimas, y límpiame con mi llanto, purificando mi espíritu. Borra la lista de mis culpas, disipa las nubes de mi tristeza, la niebla de mis pensamientos, la perturbación y la tormenta de mis apetitos.

Aparta de mí su torbellino y consérvame sereno y alegre; ensancha mi corazón con amplitud espiritual, regocíjame y lléname de gozo; concédeme la alegría inefable, el gozo continuo, para que recorra con exactitud los caminos de los mandamientos divinos y obre con conciencia irreprensible, sin ofender a nadie. Concede el don de la oración al que a ti te lo suplica, para que con pureza de intención medite asiduamente, noche y día, devota y atentamente, las palabras de las divinas Escrituras, y con alegría de espíritu ore por la gloria y honor y magnificencia de tu Hijo Unigénito y Señor nuestro Jesucristo, a quien se debe toda la gloria y honor y adoración, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén”.

SAN ILDEFONSO

SÚPLICA A MARÍA

“Ahora me llego a Ti, la única Virgen y Madre de Dios; caigo de rodillas ante Ti, me humillo ante Ti; te suplico que sean borrados mis pecados, que hagas que yo ame la gloria de tu virginidad, que me otorgues también consagrarme a Dios y a Ti: ser esclavo de tu Hijo y tuyo y servir a tu Señor y a Ti.

 A Jesús como a mi Hacedor, a ti, María, como a Madre de nuestro Hacedor; a él como Señor de las virtudes, a ti como esclava del Señor de todas las cosas; a él como a Dios, a ti como a Madre de Dios, a él como a mi Redentor, a ti como a obra de mi redención. Porque lo que ha obrado en mi redención, lo ha formado en la verdad de tu persona. El que fue hecho mi Redentor fue hecho Hijo tuyo. El que fue precio de mi rescate tomó de tu carne su cuerpo mortal, con el cual suprimirá mi muerte; sacó un cuerpo mortal de tu cuerpo mortal, con el cual borrará mis pecados que cargó sobre sí; tomó de ti un cuerpo sin pecado; tomó de la verdad de tu humilde cuerpo mi naturaleza, que él mismo colocó en la gloria de la mansión celestial sobre los ángeles como mi predecesora a tu reino.

Por eso yo soy tu siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Por eso tú eres mi señora, porque eres esclava de mi Señor. Por eso yo he sido hecho esclavo, porque tu has sido hecha Madre de mi Hacedor.

Te suplico, Virgen Santa, que yo reciba a Jesús de aquel Espíritu de quien tu engendraste a Jesús; que mi alma reciba a Jesús con aquel Espíritu por el cual tu carne recibió al mismo Jesús.

Por aquel espíritu que me sea posible conocer a Jesús, por quien te fue posible a ti conocer, concebir y dar a luz a Jesús. Que exprese conceptos humildes y elevados a Jesús en aquel espíritu en quien confiesa que tú eres la esclava del Señor, deseando que se haga en ti según la palabra del ángel.

Que ame a Jesús en aquel Espíritu en quién tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo. Que tema a este mismo Jesús tan verdaderamente como verdaderamente él mismo, siendo Dios, es obediente a sus padres”.

AL Inicio DE LA OBRA, LA VIRGINIDAD PERPETUA DE SANTA MARÍA

San Ildefonso inicia su escrito sobre la Virginidad Perpetua de Santa María, con esta oración que transcribo en su primera parte:

“Señora mía, dueña y poderosa sobre mí, madre de mi Señor, sierva de tu Hijo, engendradora del que creó el mundo, a ti te ruego, te oro y te pido que tenga el espíritu de tu Señor, que tenga el espíritu de tu Hijo, que tenga el espíritu mi Redentor, para que yo conozca lo verdadero y digno de ti.

Tú eres la elegida por Dios, recibida por Dios en el cielo, llamada por Dios, próxima a Dios e íntimamente unida a Dios. Tú visitada por el ángel, bendita y glorificada por el ángel, atónita en tu pensamiento, estupefacta por la salutación y admirada por la enunciación de las promesas.
 
Escuchas que has encontrado gracia ante Dios. Se te manda que no temas, se te confirma en tu confianza, se te instruye con el conocimiento de los milagros y se te conduce a la gloria de un nuevo milagro nunca oído.

 Sobre tu prole es advertida tu pureza, y del nombre de la prole tu virginidad certifica: se te predice que de ti ha de nacer el Santo, el que ha de ser llamado hijo de Dios y de modo milagroso se te da a conocer el poder que tendrá el que nacerá de ti.

¿Preguntas sobre la manera de realizarse? ¿Preguntas sobre el origen? ¿indagas sobre la razón de este hecho? ¿Sobre cómo ha de llevarse a cabo? ¿Sobre el orden en que ha de realizarse? Escucha el oráculo nunca oído, considera la obra desacostumbrada, fíjate en el arcano desconocido y atiende al hecho nunca visto:

El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra[3]. Invisiblemente toda la Eternidad obrará en ti la concepción, pero solo la persona del Hijo de Dios, que nacerá en cuerpo, tomará de ti su carne. Por consiguiente, lo que será concebido y nazca de ti, lo que salga de ti, lo que se engendre de ti, lo que tú des a luz, será llamado Santo, Hijo de Dios. Este será grande, Dios de las virtudes, rey de los siglos y creador de todas las cosas.

He aquí que tú eres dichosa entre las mujeres, señora entre las doncellas, reina entre las hermanas. He aquí que desde ese momento te dicen feliz todas las gentes, te conocieron feliz las celestiales virtudes, te adivinan feliz los profetas todos y celebran tu felicidad todas las naciones.

Dichosa tú para mi fe, dichosa tú para mi alma, dichosa tú para mi amor, dichosa tú para mis predicciones y predicaciones.

Te predicaré cuanto debes ser predicada, te amaré cuanto debes ser amada, te alabaré cuanto debes ser alabada, te serviré cuanto hay que servir a tu gloria”.

SAN ANSELMO[4]


CUANDO EL ALMA ESTÁ OPRIMIDA POR LA TORPEZA DEL PECADO


“¡Oh santa y, después de Dios, entre los santos particularmente santa, oh María, madre de admirable virginidad, de amable fecundidad, que has dado a luz al Hijo del Altísimo, que has traído al mundo al Salvador de este género humano entregado a la muerte! ¡Oh soberana, de santidad deslumbradora y de dignidad eminente, y que has sido dotada de un poder y de una bondad que no son menores! ¡Oh engendradora de la vida, madre de la salvación, templo de dulzura y misericordia!, delante de ti desea presentarse mi alma desgraciada, languideciendo de las enfermedades de sus vicios, desgarrada con las llagas de sus crímenes, infectada con las úlceras de sus infamias; es como una moribunda, y quisiera poder suplicarte que te dignases curarla por el poder de tus méritos y piadosas oraciones”.


“¡Oh bendita entre todas las mujeres, que vences en pureza a los ángeles, que superas a los santos en piedad! Mi espíritu moribundo aspira a una mirada de tu gran benignidad pero se avergüenza al aspecto de tan hermoso brillo. ¡Oh Señora mía!, Yo quisiera suplicarte que, por una mirada de tu misericordia, curases las llagas y úlceras de mis pecados; pero estoy confuso ante ti a causa de su infección y suciedad. Tengo vergüenza, ¡Oh Señora mía!, de mostrarme a ti en mis impurezas tan horribles, por temor de que tú a tu vez tengas horror de mí a causa de ellas, y, sin embargo, yo no puedo, desgraciado de mí, ser visto sin ellas”.


“¡Oh María, tiernamente poderosa, poderosamente tierna, de la que ha salido la fuente de las misericordias!, no detengas, te suplico, esa misericordia tan verdadera, allí donde reconoces tan verdadera miseria”.

CUANDO EL ALMA SE AGITA EN EL TEMOR


“¡Oh Virgen, digna de la veneración del mundo, Madre digna de ser amada del género humano, mujer digna de la admiración de los ángeles! ¡Oh María Santísima, cuya bienaventurada virginidad consagra toda castidad, cuyo parto glorioso salva toda fecundidad! ¡Oh gran Señora, a la que da gracias la alegre asamblea de los justos y junto a la cual se refugia la muchedumbre aterrorizada de los culpables! hacia ti yo pecador, muy pecador por desgracia, corro buscando refugio”.


“Es tal temor y el espanto que siento, ¡Oh Señora muy clemente!, que imploro más ardientemente que nunca tu intervención, ya que tú has alimentado en tu seno a aquel que reconcilió el mundo. ¿De dónde esperar con más seguridad un socorro rápido en mis necesidades, más que de ahí de donde ha venido el sacrificio propiciatorio que salvó al mundo? ¿Qué intercesión podrá obtener más fácilmente el perdón de los culpables, como la vuestra?”.


“Oh Virgen, de quién ha nacido el Dios hombre para salvar al hombre pecador!, he aquí un hombre, hele aquí en presencia de tu buen Hijo, en presencia de tu buena madre; este pecador se arrepiente, gime e implora. Os conjuro, pues, buen Maestro y buena Señora, tierno Hijo y tierna Madre, os conjuro por esta verdad misma, por esta esperanza muy especial de los pecadores; así como tú eres verdaderamente su hijo y tú verdaderamente su Madre, a fin de salvar al pecador, haced que el pecador, que soy yo, sea absuelto y curado, curado y salvado”.

PARA EXCITAR EN SÍ EL AMOR DE DIOS Y DE SU BIENAVENTURADA MADRE


“¡Oh María, María la grande, la mayor de las bienaventuradas Marías, la mayor de todas las mujeres! ¡Oh gran Señora! mi corazón quiere amaros, mi boca desea alabaros, mi espíritu desea veneraros, mi alma aspira a rogaros, todo mi ser se encomienda a tu protección”.


“¡Oh Señora, puerta de la vida y de la salvación, camino de la reconciliación, entrada de la recuperación! Te suplico por tu fecundidad en frutos de salvación; haz que me sean concedidos el perdón de mis pecados y la gracia de bien vivir y que hasta el fin tu servidor se mantenga bajo tu protección”.


“Por tu fecundidad, ¡Oh Señora!, el mundo pecador ha sido justificado; condenado ha sido salvado; desterrado, fue repatriado. Tu parto ¡Oh Señora!, ha rescatado al mundo cautivo; enfermo, ha sido curado y muerto, ha sido resucitado”.


“Espera, ¡Oh Señora! a mi alma enferma, que quiere seguirte; no te ocultes ¡Oh Señora!, a esta alma que ve tan poco y que te busca. Ten piedad, ¡Oh Señora!, de un alma que languidece y suspira tras de ti”.


“Dios es el Padre de las cosas creadas, y María la madre de las cosas recreadas. Dios es el Padre que ha construido todo, y María la madre que lo ha reconstruido”.


¡Oh María!, te suplico, por esta gracia que tienes de que el Señor está contigo y tú con Él, que me concedas tu misericordia, que permanezca conmigo; has que tu amor esté siempre en mí, y tú ten siempre cuidado de mí. Haz que el grito de mis necesidades, mientras perduren, te siga por doquiera; que tus miradas de bondad, mientras yo viva, me acompañen; haz que la alegría que experimento de tu bienaventuranza permanezca siempre en mí y que tu compasión por mi miseria me siga por doquiera siempre que lo necesite”.


“¡Oh Señora!, eres, pues, la madre de la justificación y de los justificados, la engendradora de la reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salvación y de los salvados. ¡Oh feliz confianza, oh seguro refugio! La madre de aquel en quién únicamente esperamos y al que únicamente tenemos, es nuestra madre; la madre de aquel, que es el único que salva o condena, es nuestra madre”.


“Que nuestra buena Madre ruegue y suplique por nosotros. Que ella misma pida, que ella reclame lo que no es provechoso. Que implore a su Hijo por sus hijos, a su Único por sus adoptados, al Maestro por los servidores”.


“¡Oh buen Hijo!, te pido, pues, por esa ternura con que amas a tu Madre, ya que la amas verdaderamente y quieres que sea amada; haz que yo también la ame verdaderamente. ¡Oh bondadosa Madre!, te suplico por ese amor con que amas a tu Hijo, así como le amas verdaderamente y quieres que sea amado; concédeme que yo también le ame verdaderamente”... “Que mi espíritu te venere como merece, que mi corazón te ame como es justo que mi alma te ame como le conviene, que mi cuerpo te sirva como debe, que mi vida se consuma en eso, a fin de que todo mi ser te cante por toda la eternidad. Bendito sea el Señor eternamente”.

SANTO TOMÁS DE AQUINO

PIDIÓ A MARÍA su INTERCEsiÓn para OBTENER los BIENes ETERNOs


“Oh, bienaventurada y dulcísima Virgen María, Madre de Dios, tesoro de toda bondad, Hija del Soberano Rey, Dominadora de los ángeles, Madre del común Creador. Arrojo al seno de tu misericordia, hoy y todos los días de mi vida, mi cuerpo y mi alma, todas mis acciones, mis pensamientos, mis voluntades, mis deseos, mis palabras, mis obras, mi vida toda y también mi muerte, para que, por tus sufragios, todo ello tienda al bien, según la voluntad de tu querido Hijo, Nuestro Señor Jesucristo; para que Tú seas, oh mi Santísima Soberana, mi ayuda y mi consolación en toda asechanza del antiguo adversario y de todos mis enemigos.


De tu amado Hijo Nuestro Señor Jesucristo, dígnate obtenerme la Gracia que me permitirá resistir a las tentaciones del mundo, de la carne, del demonio, y tener siempre firme propósito de nunca más volver a pecar, sino de perseverar en tu servicio y en el de tu Hijo amado.


Ruegote también, oh mi Santísima Soberana, que me obtengas una verdadera obediencia y una verdadera humildad de corazón, para que me reconozca en verdad como un miserable y frágil pecador, impotente no solamente para cometer la menor obra buena, sino también para resistir los continuos ataques, sin la Gracia y el socorro de mi Creador y sin tus santas súplicas.


Obtén para mí, también, oh mi Dulcísima Soberana, una perpetua castidad de espíritu y de cuerpo, para que con corazón puro y cuerpo casto pueda servir a tu amado Hijo y a Ti misma en el estado de vida al cual he sido llamado.


Obtén para mí de tu Hijo, la pobreza voluntaria, con la paciencia y la tranquilidad del alma, para que yo pueda soportar las tareas de mi estado para mi salvación y la de mis hermanos.


Obtenme además, oh Dulcísima Soberana, una caridad verdadera, que me haga amar de todo corazón a tu Hijo Santísimo, Nuestro Señor Jesucristo, y a Ti, después de Él, por sobre toda cosa, y al prójimo en Dios y por Dios, de tal suerte que me regocije del bien, que me aflija del mal, que a nadie desprecie, que nunca juzgue temerariamente, que nunca, en mi corazón me prefiera a nadie.


Concédeme Reina del cielo, que nunca se aparte de mi corazón el temor y el amor de tu Hijo; que le dé gracias sin cesar por todos los beneficios que me vienen, no de mis méritos, sino de su pura bondad, y que yo haga de mis pecados una confesión pura y sincera, una penitencia verdadera, para merecer Gracia y misericordia.


Te suplico también, Única Madre mía, Puerta del Cielo y Abogada de los pecadores, que no permitas que, al fin de mi vida, yo, tu indigno servidor, me aparte de la Fe Católica, sino que, en ese momento, me socorras según tu gran misericordia y con todo tu amor; que me defiendas de los malos espíritus; que por la gloriosa Pasión de tu Hijo bendito y por tu propia intercesión, dándome un corazón lleno de esperanza, me obtengas de Jesús el perdón de mis pecados, de suerte que, muriendo en tu amor y el suyo, me guíes por el camino de la salvación y la felicidad. Amén”.

BEATO ENRIQUE SUSÓN[5]


ORACIÓN a la virgen pidiEndo asistENCIA en la hora de la muerte


En los escritos de Enrique Susón, MEDITACIONES SOBRE LA PASIÓN, se encuentra esta oración que el beato le dirige a la Virgen:


“Ea, pues, Madre de toda la gracia y Madre de misericordia: defendedme y guardadme todos los días de mi vida con benignidad de madre, y amparadme misericordiosamente en la hora de mi muerte. Esta es la hora ¡oh Abogada de los pecadores! por cuya causa especialmente he deseado ser muy siervo y devoto vuestro. Esta es aquella hora terrible a cuya memoria el corazón y el alma están temblando con gran terror. Allí apenas hay lugar para oraciones y ruegos, y no se me ofrece otro amparo de quien en aquel trance pueda con mayor razón valerme para alcanzar el perdón.


Ea, pues, abismo inexhausto de misericordia: arrojado a vuestras divinas plantas y con profundos suspiros nacidos de lo más íntimo de mi corazón, os ruego y suplico que en aquella hora merezca yo vuestra asistencia, en quien está toda la alegría. ¿Cómo podrá desconfiar, y qué daño podrá temer, si tiene de su parte entonces mi alma vuestro amparo?


Defendedme, pues, en esta hora, único consuelo mío, de la espantosa y horrible vista del demonio; socorred a este miserable y libradle de sus manos sangrientas. Hallen consuelo en Vos los tristes gemidos míos. Mirad con vuestros ojos de misericordia compasiva y benignamente la imbecilidad de mis flacas fuerzas cuando se irá acercando mi última despedida.


Extiende entonces vuestras manos piadosísimas y recibid en ellas mi alma pobre y necesitada, y con el rostro risueño presentadla delante el acatamiento del supremo Juez, confirmándola y certificándola de la eterna bienaventuranza, que por vuestra intercesión alcance”.

SANTA CATALINA DE SIENA[6]

EN EL DÍA DE LA ANUNCIACIÓN


Pasajes Selectos:


“¡Oh María, María, templo de la Trinidad! ¡Oh María, portadora del Fuego! María, que ofreces misericordia, que germinas el fruto, que redimes el género humano, porque, sufriendo la carne tuya en el Verbo, fue nuevamente redimido el mundo.

¡Oh María, tierra fértil! Eres la nueva planta de la que recibimos la fragante flor del Verbo, unigénito Hijo de Dios, pues en ti, tierra fértil, fue sembrado ese Verbo. Eres la tierra y eres la planta”.


“¡Oh María! vaso de humildad en el que está y arde la luz del verdadero conocimiento con que te elevaste sobre ti misma, y por eso agradaste al Padre Eterno y te raptó y llevó a sí, amándote con amor singular”.


“¡Oh María! Porque tuviste luz no fuiste necia, sino prudente, y por eso, con prudencia, quisiste saber del ángel cómo sería posible lo que anunciaba”.


“Quedaste admirada y estupefacta por la consideración de la inefable gracia de Dios, por la consideración de tu indignidad y debilidad. Preguntando con prudencia, demostraste profunda humildad y como queda dicho, no tuviste temor, sino admiración por causa de la desmedida bondad y caridad de Dios, dada la bajeza y pequeñez de tu virtud”.


“Tú, ¡oh María!, has sido hecha hoy un libro en que se haya descrito nuestro modo de actuar. En ti se halla descrita la sabiduría del Padre eterno, en ti se manifiesta hoy la fortaleza y la libertad del hombre”.


“Te fue enviado un ángel para anunciártela e indagar tu voluntad. El Hijo de Dios no bajaría a tu vientre antes de que te conformases con ella. Aguardaba a la puerta de tu voluntad a que abrieses al que deseaba venir a ti, y nunca habría entrado si no la hubieses abierto, diciendo: He aquí la Sierva del Señor. ¡Oh María! A la puerta llamaba la eterna Divinidad, pero si tú no hubieras abierto la entrada de tu voluntad, Dios no se habría encarnado en ti”.


“María: a ti acudo y te presento mi petición por la dulce esposa de Cristo, tu dulcísimo Hijo, y por su vicario en la tierra para que le dé la luz a fin de que con discreción tome las medidas oportunas para la reforma de la iglesia. Que el pueblo se una y que su corazón se amolde al del Vicario, de modo que nunca levante la cabeza contra él”.


“Te ruego igualmente por los que has puesto en mi camino. Que sus corazones ardan como brasas que no se apagan: Que siempre vivan anhelando la caridad para contigo y con el prójimo, a fin de que en tiempo de necesidad tengan las navecillas bien provistas para sí y los demás... Pero, María hoy te pido con atrevimiento, porque es el día de las gracias, y sé que nada se te niega. ¡Oh María! La tierra ha germinado para nosotros al Salvador”.

SAN CASIMIRO[7]


San Casimiro compuso una oración a la Virgen, que rezó a diario, y pidió que se lo colocaran en su corazón después de muerto. En 1604 al abrir su tumba para ser venerados sus restos, su cadáver fue encontrado incorrupto, y aún lucía sobre su pecho esta célebre oración:


“Alma mía, tributa homenajes diarios a María, solemniza sus fiestas y celebra sus virtudes resplandecientes. Contempla y admira su augusta divinidad y proclama su dicha como Virgen y Madre. Hónrala a fin de que te libre del peso de tus pecados; invócala para que no te veas arrastrado por el torrente de las pasiones.


Oh María, honor y gloria de todas las mujeres. Tú a quién Dios ha elevado sobre todas las criaturas, escucha Virgen misericordiosa, los votos de los que no cesan de alabarte.


Pide para que goce la paz eterna y que no tenga la desgracia de ser presa de las llamas del lago eterno. Pide que sea casto y modesto, dulce, y bueno, piadoso, prudente, recto, enemigo de la mentira”.


SAN FRANCISCO JAVIER[8]


San Francisco Javier, escribió un tratado en Goa-La India, entre junio y agosto de ¿1548?, titulado “Orden y régimen que el buen cristiano debe tener todos los días para encomendarse a Dios y salvar el alma”. Una de las instrucciones que dio el santo respecto a este escrito que contiene treinta prácticas fue: “Esta orden y régimen daréis a los que confesareis, en penitencia de sus pecados, por cierto tiempo, y después les quedará en costumbre, porque es muy buen régimen y hállanse con él muy bien los penitentes”.


San Francisco Javier en este escrito incluyó como práctica, algunas oraciones dirigidas a la Virgen María:


“Ruégoos mi señora Santa María, que queráis por mí rogar a vuestro bendito Hijo Jesucristo, que me dé gracia, hoy en este día, y en todo el tiempo de mi vida, para guardar estos diez mandamientos”.

“Ruégoos mi señora Santa María, reina de los ángeles que me alcancéis perdón de vuestro bendito Hijo Jesucristo de los pecados que yo hice hoy, en este día, y en todo tiempo de mi vida en no guardar estos diez mandamientos”.


“¡Oh señora Santa María, esperanza de los cristianos, reina de los ángeles y de todos los santos y santas que están con Dios nuestro Señor en el cielo! a vos, Señora y a todos los santos me encomiendo ahora para la hora de mi muerte, que me guardéis del mundo, carne y diablo, que son mis enemigos, deseosos de llevar mi alma al infierno”.


En la práctica número 25, aparte de rezar Padre nuestros y el Credo, el santo recomendó que practicasen la devoción de algunas Ave Marías:


“Al menos tres Ave Marías de rodillas: La primera por la fe con que nuestra Señora concibió al Hijo de Dios; la segunda por el dolor, cuando lo vio expirar en la cruz; la tercera por el gozo de la resurrección”.

SAN PEDRO CANISIO[9]


PIDIÓ A MARÍA SU MATERNAL INTERCESIÓN Y PROTECCIÓN ANTE SU HIJO


“Me encomiendo a ti, gloriosa Virgen María, Reina del Cielo y de la tierra que llevaste tan dignamente en tus purísimas entrañas al mismo Señor y Creador de todas las cosas, concebido del Espíritu Santo, a quien yo también acabo de recibir. Te pido, Santísima Madre de Dios, que intercedas por mí ante tu mismo Hijo, y que, si al tomar parte en este gran Sacramento falté en una u otra manera, me obtengas el perdón para mi negligencia e indignidad.


Tú Señora, siempre casta e inocente, te hiciste más Santa y agradable a Dios después que concebiste a tu Hijo, Haz que también yo, con la recepción de tan divino Sacramento me santifique de tal manera, que de ahora en adelante pueda conservar mi corazón y mi cuerpo limpios de toda mancha de pecado.


Cuando concebiste a tu Hijo por obra del Espíritu Santo, cantaste magníficas alabanzas, y te alegraste maravillosamente en Dios, tu Salvador; haz Madre Virgen, que con tus méritos y tus plegarias, que también yo con esta sagrada comunión obtenga un espíritu nuevo y ardiente, y que viva piadosamente en constante acción de gracias; y haz que nunca me muestre ingrato para con tan gran Redentor y huésped mío, sino que le sea siempre fiel servidor, y ministro en todas las cosas. Amén”.

 

SAN ANTONIO MARÍA CLARET




“¡Oh Santísima María, concebida sin mancha original, Virgen y Madre del Hijo de Dios vivo, Reina y Emperatriz de cielos y tierra! Ya que sois Madre de piedad y misericordia, dignaos volver esos vuestros tiernos y compasivos ojos hacia ese infeliz desterrado en este valle de lágrimas, angustias y miserias, que, aunque desgraciado, tiene la dichosa suerte de ser hijo vuestro! ¡Oh, Madre mía, cuánto os amo! ¡Cuánto os aprecio! ¡Oh, cuánta es la confianza que en Vos tengo de que me daréis la perseverancia en vuestro santo servicio y la gracia final!”.


“Ea, pues, Madre mía, ¿qué falta? ¿Queréis acaso un instrumento del que valiéndoos pongáis remedio a tan gran mal? (se refiere al poder del Demonio). Aquí tenéis uno que, al mismo tiempo que se conoce el más vil y despreciable, se considera el más útil a este fin, para que así resplandezca más vuestro poder y se vea más visiblemente que sois Vos la que obráis y no yo. Ea, amorosa Madre, no perdamos tiempo; aquí me tenéis; disponed de mí; bien sabéis que soy todo vuestro. Confío que así lo haréis por vuestra gran bondad, piedad y misericordia, y os lo ruego por el amor que tenéis al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén”.


“Por tanto, Madre mía, desde ahora ya comienzo a hablar y a gritar; ya acudo a Vos, sí, a Vos, que sois Madre de misericordia: dignaos dar socorro a tan gran necesidad; no me digáis que no podéis, porque yo sé que en el orden de la gracia sois omnipotente. Dignaos, os suplico, dar a todos la gracia de la conversión, pues que sin esta no haríamos nada, y entonces enviadme y veréis cómo se convierten”.


“¡Oh María, Madre y esperanza mía, consuelo de mi alma y objeto de mi amor! ¡Acordaos de las muchas gracias que os he pedido, y de que todas me la habéis concedido. ¿Cabalmente ahora hallaré agotado ese manantial perenne? No, no se ha oído, ni se oirá jamás, que ningún devoto vuestro haya sido reprochado de Vos. Ya veis, Señora, que todo esto que os pido se dirige a la mayor gloria de Dios y vuestra y al bien de las almas”.


“Pues oídme Vos, a lo menos esta vez, y dignaos concederme la gracia que os pido. Confío que lo haréis, porque Vos sois mi Madre, mi alivio, mi consuelo, mi fortaleza y todas las cosas después de Jesús. ¡Viva Jesús, viva María! Amén”.

ORACIÓN QUE REZABA EL SANTO AL PRINCIPIO DE CADA MISIÓN


“¡Oh Virgen y Madre de Dios, Madre y abogada de los pobres e infelices pecadores! Bien sabéis que soy hijo y ministro vuestro, formado por Vos misma en la fragua de vuestra misericordia y amor. Yo soy como una saeta puesta en vuestra mano poderosa: arrojadme, Madre mía, con toda la fuerza de vuestro brazo contra el impío, sacrílego y cruel Acab, casado con la vil Jezabel. Quiero decir: Arrojadme contra Satanás, príncipe de este mundo, quien tiene hecha alianza con la carne.

A Vos, Madre mía, sea la victoria. Vos venceréis. Sí, Vos que tenéis poder para acabar con todas las herejías, errores y vicios. Y yo confiado en vuestra poderosísima protección, emprendo la batalla, no solo contra la carne y sangre, sino también contra los príncipes de las tinieblas, como dice el Apóstol, embarazando el escudo del Santísimo Rosario y armado con la espada de dos filos de la divina palabra.

Vos sois Reina de los Ángeles. Mandadles, Madre mía, que vengan a mí socorro. Bien sabéis Vos mi flaqueza y las fuerzas de mis enemigos. Vos que sois Reina de los Santos. Mandadles que rueguen por mí, y decidles que la victoria y el triunfo que se reportará será para la mayor gloria de Dios y salvación de sus hermanos.

Reprimid, Señora, por vuestra humildad, la soberbia de Lucifer y sus secuaces, que tienen la audacia de usurpar las almas redimidas con la sangre de Jesús, Hijo de vuestras virginales entrañas”.

SAN JUAN BOSCO


ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA CONOCER LA PROPIA VOCACIÓN


“Vedme a vuestros pies, Virgen bondadosa, para conseguir de vos la gracia importantísima de acertar en mi elección de estado. No busco otra cosa que cumplir perfectamente la voluntad de vuestro Hijo a lo largo de mi vida. Deseo ardientemente escoger aquel estado en que me sienta más feliz a la hora de la muerte.

Madre del buen consejo, hacedme oír vuestra voz de tal manera que aleje toda duda de mi mente. Pues que sois la Madre del Salvador, os corresponde también ser la madre de mi salvación. Si vos no me dais un rayo de Sol divino, ¿qué luz me podrá alumbrar? Si vos, Madre de la divina Sabiduría, no me instruís, ¿quién va a ser mi maestra?

Oíd, pues, ¡oh María!, mis humildes plegarias. Ayudadme a vencer mis dudas y vacilaciones y mantenedme en el camino recto que conduce a la vida eterna, pues sois la Madre del Amor hermoso, de la Sabiduría y de la santa esperanza, en quien se hallan los frutos del honor y la santidad.” Padrenuestro, avemaría y gloriapatri”.

S.S. PÍO XII[10]



ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA ASUNTA


“¡Oh Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre de los Hombres!

1. Nosotros creemos con todo el ardor de nuestra fe vuestra Asunción triunfal en cuerpo y alma a los cielos, donde sois aclamada Reina de todos los coros de los ángeles y de todos los escuadrones de los santos. Y nosotros nos asociamos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que os ha exaltado por encima de todas las otras puras criaturas, y para ofreceros el anhelito de nuestra devoción y de nuestro amor.


2. Nosotros sabemos que vuestra mirada, que maternalmente acariciaba la humanidad humilde y sufriente de Jesús en la tierra, se sacia en el cielo con la vista de la humanidad gloriosa de la Sabiduría increada, y que el gozo de vuestra alma, al contemplar faz a faz la adorable Trinidad, estremece vuestro Corazón con tiernas emociones de eterna felicidad. Y nosotros, pobres pecadores; nosotros, cuyo cuerpo apesga el vuelo del alma, os suplicamos que purifiquéis nuestros sentidos, para que aprendamos, ya desde aquí abajo, a gustar a Dios, a Dios sólo, en los encantos de las criaturas.


3. Nosotros confiamos que vuestras pupilas misericordiosas se inclinen hacia nuestras miserias y hacia nuestras angustias, hacia nuestras luchas y nuestras debilidades; que vuestros labios sonrían a nuestros gozos y nuestras victorias; que vos oigáis la voz de Jesús deciros de cada uno de nosotros, como en otro tiempo del discípulo amado: Ve ahí a tu hijo. Y nosotros que os llamamos Madre nuestra, nosotros os tomamos, como Juan, por guía, fuerza y solaz de nuestra vida mortal.


4. Nosotros tenemos vivificante certeza que vuestros ojos, que lloraron sobre la tierra regada con la sangre de Jesús se vuelvan una vez más hacia este mundo, hecho presa de las guerras, de las persecuciones y de las opresiones de los justos y de los débiles. Y nosotros, sumidos en las tinieblas de este valle de lágrimas, aguardamos de vuestra celeste luz y de vuestra dulce piedad alivio a las penas de nuestros corazones, a las pruebas de la Iglesia y de nuestra patria.


5. Nosotros, en fin, creemos que en la gloria, donde reináis, vestida del sol y coronada de estrellas, vos sois, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los ángeles y de todos los santos. Y nosotros, desde esta tierra, por donde pasamos como peregrinos, confortados por la fe en la futura resurrección, miramos hacia vos, vida nuestra, dulzura nuestra, esperanza nuestra; atraednos con la suavidad de vuestra voz, para mostrarnos un día, después de este destierro, a Jesús, fruto bendito de tu vuestro seno, ¡oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!”.

 

EL PAPA JUAN PABLO II


El 3 de julio de 1986, con motivo del Cuarto Centenario de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, Patrona de Colombia, el Papa Juan Pablo II, de rodillas, frente al portentoso cuadro de la Virgen, elevó una de las plegarias más bellas que se le haya dedicado en su honor. En uno de sus extensos párrafos le dice:


¡Dios te salve María!

Te saludamos con el Ángel: llena de Gracia. El Señor está contigo (cf. Lc.1, 28).


Te saludamos con Isabel: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz porque has creído a las promesas divinas! (cf. Lc. 1, 42-45).


Te saludamos con las palabras del Evangelio: Feliz porque has escuchado la palabra de Dios y la has cumplido. (cf. Lc. 12, 27).


¡Tú eres la llena de gracia!

Te alabamos, Hija predilecta del Padre. Te bendecimos Madre del Verbo divino. Te veneramos, Madre y Modelo de toda la iglesia. Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas de toda la humanidad.


¡El Señor está contigo!

Tú eres la Virgen de la Anunciación, El Sí de la humanidad entera al misterio de la salvación. Tú eres la Hija de Sión y el arca de la Nueva Alianza en el misterio de la Visitación. Tú eres la Madre de Jesús nacido en Belén, la que lo mostraste a los sencillos pastores y a los sabios de Oriente.


Tú eres la Madre que ofrece a su Hijo en el templo. Lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret. Virgen de los caminos de Jesús, de la vida oculta y de los milagros de Caná. Madre Dolorosa del Calvario y Virgen gozosa de la Resurrección. Tú eres la Madre de los discípulos de Jesús en la espera y en el gozo de Pentecostés.


¡Bendita eres entre todas las mujeres!

Bendita porque creíste en la palabra del Señor, porque esperaste en sus promesas, porque fuiste perfecta en el amor.


Bendita por tu caridad presurosa con Isabel, por tu bondad materna en Belén, por tu fortaleza en la persecución, por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo, por tu vida sencilla en Nazaret, por tu intercesión en Caná, por tu presencia maternal junto a la Cruz, por tu fidelidad en la espera de la Resurrección, por tu oración asidua en Pentecostés.


Bendita eres por la gloria de tu Asunción a los cielos, por tu maternal protección sobre la Iglesia, por tu constante intercesión por toda la humanidad”.

 


[1] «Bajo tu Amparo». Esta oración fue escrita en un papiro griego que pertenece al siglo III ó IV. Se conserva en la Biblioteca de John Ryland, en Manchester-Inglaterra.
[2] San Efrén (¿306?- 373). Este Santo Padre de la Iglesia, nació en la ciudad de Nisibe, en la Mesopotania (Irak). Se lo ha dado en llamar El Cantor de la Virgen Inmaculada y Primer Doctor Mariano. Fue uno de los poetas más famosos de su tiempo y uno de los más ardientes enamorados de la Virgen María. Se dice que solamente a Ella le dedicó millares de versos. La cantidad de obras que nos ha dejado es muy extensa. Los comentarios a las Escrituras y sermones de toda índole fueron sus temas preferidos. En 1920 fue declarado Doctor de la iglesia.
[3] Lc 1,35
[4] San Anselmo (1034-1109), nació en Aosta del Piamonte-Italia. Fue nombrado por el Papa Arzobispo de Cantorbery en Inglaterra. Gran devoto de la Virgen. La Santa Sede lo declaró Doctor de la Iglesia.
[5] (1296-1366) Famoso predicador de la Orden de los Predicadores fundada por Santo Domingo de Guzmán. Escribió un tratado: Soliloquio con la Virgen María.
[6] Santa Catalina de Siena nació en Siena el 25 de marzo de 1347. Fue el número 24 de los hijos, (25 en total), que tuvieron sus padres Jacobo Benincasa y Lapa. Fue Terciaria Dominica. A los 30 años aprendió a leer. Toda su ciencia la aprendió de Dios: “Mi maestro ha sido el Espíritu Santo”, afirmaba. Autora de “El Dialogo” una de las obras célebres de la espiritualidad cristiana. Comenzó a redactarla en 1377 y en el término de un año la concluyó.
Murió el 29 de abril de 1380. Fue canonizada por el Papa Pío XII, y proclamada “Doctora de la Iglesia” por el Papa Pablo VI.
[7] Protector de Lituanos y Polacos, nació en Cracovia y murió de tuberculosis el 4 de marzo de 1484.
[8] San Francisco Javier nació en 1506, en el Castillo de Javier, cercano a Pamplona-España. Junto con Ignacio de Loyola (el mentalizador y fundador) y cinco compañeros más se unieron para iniciar y formar una de las más grandes Congregaciones que ha dado la Iglesia: “La Compañía de Jesús”. Evangelizó en la India Oriental, Japón y otros lugares. Murió (en el intento por ingresar a la China) en la isla de Sanchian, el 3 de diciembre de 1552. El Papa San Pío X, lo declaró “Patrono de las Misiones”. En el Castillo de Javier hay un enorme Cristo crucificado que parece que “sonriera”. Se dice que cuando el santo murió, este Cristo le habló a su mamá, diciéndole: “Tu hijo ha muerto”. En este lugar estuvo el Papa Juan Pablo II el sábado 6 de noviembre de 1982.
[9] San Pedro Canisio, nació en Nimega-Holanda en 1521. Perteneció a la Compañía de Jesús. Fundó muchos colegios en Alemania. Predicador y escritor incansable. Escribió un tratado referente a María: “La Virgen María, la incomparable madre de Dios”. Murió en Friburgo-Suiza, el 21 de diciembre de 1597. En 1925 fue canonizado y declarado Doctor de la Iglesia.
[10] Eugenio Pacelli, su nombre de pila, nació en Roma el 2 de marzo de 1876. Gobernó la Santa Sede desde el 2 de marzo de 1939 hasta el 8 de octubre de 1958, día de su fallecimiento. En 1950 tuvo el privilegio de proclamar el Dogma de la Asunción de la Virgen María.

La Oración a María a través de los siglos - Juan Pablo II


1. A lo largo de los siglos el culto mariano ha experimentado un desarrollo ininterrumpido. Además de las fiestas litúrgicas tradicionales dedicadas a la Madre del Señor, ha visto florecer innumerables expresiones de piedad, a menudo aprobadas y fomentadas por el Magisterio de la Iglesia.

Muchas devociones y plegarias marianas constituyen una prolongación de la misma liturgia y a veces han contribuido a enriquecerla, como en el caso del Oficio en honor de la Bienaventurada Virgen María y de otras composiciones que han entrado a formar parte del Breviario.

La primera invocación mariana que se conoce se remonta al siglo III y comienza con las palabras: "Bajo tu amparo (Sub tuum praesidium) nos acogemos, santa Madre de Dios...". Pero la oración a la Virgen más común entre los cristianos desde el siglo XIV es el "Ave María".

Repitiendo las primeras palabras que el ángel dirigió a María, introduce a los fieles en la contemplación del misterio de la Encarnación. La palabra latina "Ave", que corresponde al vocablo griego xa|re, constituye una invitación a la alegría y se podría traducir como "Alégrate". El himno oriental "Akáthistos" repite con insistencia este "alégrate". En el Ave María llamamos a la Virgen "llena de gracia" y de este modo reconocemos la perfección y belleza de su alma.

La expresión "El señor está contigo" revela la especial relación personal entre Dios y María, que se sitúa en el gran designio de la alianza de Dios con toda la humanidad. Además, la expresión "Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús", afirma la realización del designio divino en el cuerpo virginal de la Hija de Sión.

Al invocar "Santa María, Madre de Dios", los cristianos suplican a aquella que por singular privilegio es inmaculada Madre del Señor: "Ruega por nosotros pecadores", y se encomiendan a ella ahora y en la hora suprema de la muerte.

2. También la oración tradicional del Ángelus invita a meditar el misterio de la Encarnación, exhortando al cristiano a tomar a María como punto de referencia en los diversos momentos de su jornada para imitarla en su disponibilidad a realizar el plan divino de la salvación. Esta oración nos hace revivir el gran evento de la historia de la humanidad, la Encarnación, al que hace ya referencia cada "Ave María". He aquí el valor y el atractivo del Ángelus, que tantas veces han puesto de manifiesto no sólo teólogos y pastores, sino también poetas y pintores.

En la devoción mariana ha adquirido un puesto de relieve el rosario, que a través de la repetición del "Ave María" lleva a contemplar los misterios de la fe. También esta plegaria sencilla, que alimenta el amor del pueblo cristiano a la Madre de Dios, orienta más claramente la plegaria mariana a su fin: la glorificación de Cristo.

El Papa Pablo VI, como sus predecesores, especialmente León XIII, Pío XII y Juan XXIII, tuvo en gran consideración el rezo del rosario y recomendó su difusión en las familias. Además, en la exhortación apostólica Marialis cultus, ilustró su doctrina, recordando que se trata de una "oración evangélica, centrada en el misterio de la Encarnación redentora", y reafirmando su "orientación claramente cristológica" (n. 46).

A menudo, la piedad popular une al rosario las letanías, entre las cuales las más conocidas son las que se rezan en el santuario de Loreto y por eso se llaman "lauretanas".

Con invocaciones muy sencillas, ayudan a concentrarse en la persona de María para captar la riqueza espiritual que el amor del Padre ha derramado en ella.

3. Como la liturgia y la piedad cristiana demuestran, la Iglesia ha tenido siempre en gran estima el culto a María, considerándolo indisolublemente vinculado a la fe en Cristo. En efecto, halla su fundamento en el designio del Padre, en la voluntad del Salvador y en la acción inspiradora del Paráclito.

La Virgen, habiendo recibido de Cristo la salvación y la gracia, está llamada a desempeñar un papel relevante en la redención de la humanidad. Con la devoción mariana los cristianos reconocen el valor de la presencia de María en el camino hacia la salvación, acudiendo a ella para obtener todo tipo de gracias. Sobre todo, saben que pueden contar con su maternal intercesión para recibir del Señor cuanto necesitan para el desarrollo de la vida divina y a fin de alcanzar la salvación eterna.

Como atestiguan los numerosos títulos atribuidos a la Virgen y las peregrinaciones ininterrumpidas a los santuarios marianos, la confianza de los fieles en la Madre de Jesús los impulsa a invocarla en sus necesidades diarias.
Están seguros de que su corazón materno no puede permanecer insensible ante las miserias materiales y espirituales de sus hijos.

Así, la devoción a la Madre de Dios, alentando la confianza y la espontaneidad, contribuye a infundir serenidad en la vida espiritual y hace progresar a los fieles por el camino exigente de las bienaventuranzas.

4. Finalmente, queremos recordar que la devoción a María, dando relieve a la dimensión humana de la Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro de un Dios que comparte las alegrías y los sufrimientos de la humanidad, el "Dios con nosotros", que ella concibió como hombre en su seno purísimo, engendró, asistió y siguió con inefable amor desde los días de Nazaret y de Belén a los de la cruz y la resurrección.

L'Osservatore Romano - 7 de noviembre de 1997