1. LA ORACIÓN MARIANA MÁS ANTIGUA
SUB TUUM PRAESIDIUM[1]Esta oración fue encontrada años atrás, sepultada en el desierto de Egipto, confirmando de esta manera su antigüedad. Se la encuentra incluida en el rito bizantino, copto, ambrosiano y latino:
“Bajo tu amparo
nos acogemos,
Santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas que te dirigimos
en nuestras necesidades;
antes bien,
líbranos siempre de todo peligro,
Oh Virgen gloriosa y bendita”.
2. LA ORACIÓN MÁS FAMOSA
“ACORDAOS”
San Bernardo
compuso una de las oraciones más famosas que conocemos:
“Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen!, Que
jamás se ha oído decir que uno solo de cuantos han acudido a vuestra protección
he implorado vuestro socorro, haya sido desamparado. Yo pecador, animado con tal
confianza, acudo a vos ¡oh Madre, Virgen de las vírgenes!; A vos vengo, delante
de vos me presento gimiendo. No queráis, ¡oh madre del verbo!, Despreciar mis
palabras; antes bien, oídlas benignamente y cumplidlas. Amén”.
3. OTRAS ORACIONES
SAN EFRÉN[2]Las oraciones que le dirige San Efrén a la Virgen son encendidas y llenas de vehemencia:
“Virgen, Señora,
Madre de Dios, que llevaste en tu seno a Cristo, Salvador y Señor Nuestro: En ti
pongo toda esperanza, en ti confío, que eres más sublime que todas las
celestiales jerarquías. Defiéndeme con tu purísima gracia; gobierna mi vida, y
declárame la santa voluntad de tu Hijo, y los senderos de nuestro Señor.
Alcánzame el perdón de mis culpas. Sé mi refugio, mi protección, mi defensa, y
llévame de tu mano hasta conducirme a la vida eterna. No me dejes, Señora, en el
terrible instante de mi muerte; antes bien, corre en mi ayuda y líbrame de la
cruel tiranía del demonio; pues tienes poder bastante para ello, porque todo lo
puedes, por ser Madre de Dios.
Dígnate aceptar,
Santísima y benignísima Señora, los preciosos dones, solo a ti debidos, que te
ofrecemos tus indignos siervos, pues fuiste elegida como la más sublime de todas
las generaciones de la tierra. Por ti, en efecto, conocimos al Hijo de Dios; por
ti habitó entre nosotros el Señor de las virtudes, y fuimos, por ti, dignos de
tu santo cuerpo y sangre. Bienaventurada eres por todos los siglos de los
siglos, gratísima a Dios, más resplandeciente que los querubines, y más gloriosa
que los serafines.
Y pues todos te alaban y bendicen, Santísima Madre de Dios, no ceses de interceder por nosotros, tus indignos siervos, para que escapemos de todas las acechanzas del demonio y de todos los males, y nos conservemos incólumes de cualquier asalto del que arroja contra nosotros sus dardos emponzoñados: guárdanos, principalmente, libres hasta el fin de la eterna condenación, para que, siendo salvos por tu auxilio y patrocinio, demos siempre gloria y alabanza y acción de gracias y adoración a Dios, uno y trino, Creador de todas las cosas.
Nobilísima y benigna
Señora, Madre del Dios bueno, acoge las súplicas de tu siervo indigno, y con tus
ojos de misericordia, tus entrañas de compasión, ejercítala conmigo, y aparta
tus ojos de mis muchos pecados; renuévame todo por entero, y haz que sea templo
del santo, vivificante y principal Espíritu, Virtud del Altísimo, que habitó en
ti, y fecundó tu seno inmaculado.
Tú eres la
auxiliadora de los afligidos, patrona de los atribulados y moribundos, salvación
de los náufragos, puerto de refugio en las tempestades, valimiento y protección
de todos los que gimen en la necesidad. Concede a este siervo el don de
compunción, la rectitud de pensamiento, la serenidad de juicio, sobriedad de
inteligencia, templanza de ánimo, humildad de espíritu, afición a la santidad,
contento en la parquedad; sean sus costumbres respetuosas y santas; que
transparenten la modestia y el candor interior del alma, y la paz que dio
nuestro Señor a sus propios discípulos.
Llegue mi oración a
tu santo templo y al tabernáculo de tu gloria. Broten de mis ojos fuentes de
lágrimas, y límpiame con mi llanto, purificando mi espíritu. Borra la lista de
mis culpas, disipa las nubes de mi tristeza, la niebla de mis pensamientos, la
perturbación y la tormenta de mis apetitos.
Aparta de mí su
torbellino y consérvame sereno y alegre; ensancha mi corazón con amplitud
espiritual, regocíjame y lléname de gozo; concédeme la alegría inefable, el gozo
continuo, para que recorra con exactitud los caminos de los mandamientos divinos
y obre con conciencia irreprensible, sin ofender a nadie. Concede el don de la
oración al que a ti te lo suplica, para que con pureza de intención medite
asiduamente, noche y día, devota y atentamente, las palabras de las divinas
Escrituras, y con alegría de espíritu ore por la gloria y honor y magnificencia
de tu Hijo Unigénito y Señor nuestro Jesucristo, a quien se debe toda la gloria
y honor y adoración, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén”.
SAN ILDEFONSO
SÚPLICA A MARÍA
“Ahora me llego a
Ti, la única Virgen y Madre de Dios; caigo de rodillas ante Ti, me humillo ante
Ti; te suplico que sean borrados mis pecados, que hagas que yo ame la gloria de
tu virginidad, que me otorgues también consagrarme a Dios y a Ti: ser esclavo de
tu Hijo y tuyo y servir a tu Señor y a Ti.
Por eso yo soy tu
siervo, porque mi Señor es tu Hijo. Por eso tú eres mi señora, porque eres
esclava de mi Señor. Por eso yo he sido hecho esclavo, porque tu has sido hecha
Madre de mi Hacedor.
Te suplico, Virgen
Santa, que yo reciba a Jesús de aquel Espíritu de quien tu engendraste a Jesús;
que mi alma reciba a Jesús con aquel Espíritu por el cual tu carne recibió al
mismo Jesús.
Por aquel espíritu
que me sea posible conocer a Jesús, por quien te fue posible a ti conocer,
concebir y dar a luz a Jesús. Que exprese conceptos humildes y elevados a Jesús
en aquel espíritu en quien confiesa que tú eres la esclava del Señor, deseando
que se haga en ti según la palabra del ángel.
Que ame a Jesús en
aquel Espíritu en quién tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo. Que
tema a este mismo Jesús tan verdaderamente como verdaderamente él mismo, siendo
Dios, es obediente a sus padres”.
AL Inicio DE LA OBRA, LA VIRGINIDAD PERPETUA DE SANTA MARÍA
San Ildefonso inicia su escrito sobre la Virginidad Perpetua de Santa María, con esta oración que transcribo en su primera parte:
“Señora mía, dueña y
poderosa sobre mí, madre de mi Señor, sierva de tu Hijo, engendradora del que
creó el mundo, a ti te ruego, te oro y te pido que tenga el espíritu de tu
Señor, que tenga el espíritu de tu Hijo, que tenga el espíritu mi Redentor, para
que yo conozca lo verdadero y digno de ti.
Tú eres la elegida
por Dios, recibida por Dios en el cielo, llamada por Dios, próxima a Dios e
íntimamente unida a Dios. Tú visitada por el ángel, bendita y glorificada por el
ángel, atónita en tu pensamiento, estupefacta por la salutación y admirada por
la enunciación de las promesas.
Escuchas que has
encontrado gracia ante Dios. Se te manda que no temas, se te confirma en tu
confianza, se te instruye con el conocimiento de los milagros y se te conduce a
la gloria de un nuevo milagro nunca oído.
Sobre tu prole es
advertida tu pureza, y del nombre de la prole tu virginidad certifica: se te
predice que de ti ha de nacer el Santo, el que ha de ser llamado hijo de Dios y
de modo milagroso se te da a conocer el poder que tendrá el que nacerá de
ti.
¿Preguntas sobre la
manera de realizarse? ¿Preguntas sobre el origen? ¿indagas sobre la razón de
este hecho? ¿Sobre cómo ha de llevarse a cabo? ¿Sobre el orden en que ha de
realizarse? Escucha el oráculo nunca oído, considera la obra desacostumbrada,
fíjate en el arcano desconocido y atiende al hecho nunca visto:
El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cobijará con su sombra[3].
Invisiblemente toda la Eternidad obrará en ti la concepción, pero solo la
persona del Hijo de Dios, que nacerá en cuerpo, tomará de ti su carne. Por
consiguiente, lo que será concebido y nazca de ti, lo que salga de ti, lo que se
engendre de ti, lo que tú des a luz, será llamado Santo, Hijo de Dios. Este será
grande, Dios de las virtudes, rey de los siglos y creador de todas las
cosas.
He aquí que tú eres
dichosa entre las mujeres, señora entre las doncellas, reina entre las hermanas.
He aquí que desde ese momento te dicen feliz todas las gentes, te conocieron
feliz las celestiales virtudes, te adivinan feliz los profetas todos y celebran
tu felicidad todas las naciones.
Dichosa tú para mi
fe, dichosa tú para mi alma, dichosa tú para mi amor, dichosa tú para mis
predicciones y predicaciones.
Te predicaré cuanto
debes ser predicada, te amaré cuanto debes ser amada, te alabaré cuanto debes
ser alabada, te serviré cuanto hay que servir a tu gloria”.
SAN ANSELMO[4]
CUANDO EL ALMA ESTÁ OPRIMIDA POR LA TORPEZA DEL PECADO
“¡Oh santa y, después
de Dios, entre los santos particularmente santa, oh María, madre de admirable
virginidad, de amable fecundidad, que has dado a luz al Hijo del Altísimo, que
has traído al mundo al Salvador de este género humano entregado a la muerte! ¡Oh
soberana, de santidad deslumbradora y de dignidad eminente, y que has sido
dotada de un poder y de una bondad que no son menores! ¡Oh engendradora de la
vida, madre de la salvación, templo de dulzura y misericordia!, delante de ti
desea presentarse mi alma desgraciada, languideciendo de las enfermedades de sus
vicios, desgarrada con las llagas de sus crímenes, infectada con las úlceras de
sus infamias; es como una moribunda, y quisiera poder suplicarte que te dignases
curarla por el poder de tus méritos y piadosas oraciones”.
“¡Oh bendita entre
todas las mujeres, que vences en pureza a los ángeles, que superas a los santos
en piedad! Mi espíritu moribundo aspira a una mirada de tu gran benignidad pero
se avergüenza al aspecto de tan hermoso brillo. ¡Oh Señora mía!, Yo quisiera
suplicarte que, por una mirada de tu misericordia, curases las llagas y úlceras
de mis pecados; pero estoy confuso ante ti a causa de su infección y suciedad.
Tengo vergüenza, ¡Oh Señora mía!, de mostrarme a ti en mis impurezas tan
horribles, por temor de que tú a tu vez tengas horror de mí a causa de ellas, y,
sin embargo, yo no puedo, desgraciado de mí, ser visto sin ellas”.
“¡Oh María,
tiernamente poderosa, poderosamente tierna, de la que ha salido la fuente de las
misericordias!, no detengas, te suplico, esa misericordia tan verdadera, allí
donde reconoces tan verdadera miseria”.
CUANDO EL ALMA SE AGITA EN EL TEMOR
“¡Oh Virgen, digna
de la veneración del mundo, Madre digna de ser amada del género humano, mujer
digna de la admiración de los ángeles! ¡Oh María Santísima, cuya bienaventurada
virginidad consagra toda castidad, cuyo parto glorioso salva toda fecundidad!
¡Oh gran Señora, a la que da gracias la alegre asamblea de los justos y junto a
la cual se refugia la muchedumbre aterrorizada de los culpables! hacia ti yo
pecador, muy pecador por desgracia, corro buscando refugio”.
“Es tal temor y el
espanto que siento, ¡Oh Señora muy clemente!, que imploro más ardientemente que
nunca tu intervención, ya que tú has alimentado en tu seno a aquel que
reconcilió el mundo. ¿De dónde esperar con más seguridad un socorro rápido en
mis necesidades, más que de ahí de donde ha venido el sacrificio propiciatorio
que salvó al mundo? ¿Qué intercesión podrá obtener más fácilmente el perdón de
los culpables, como la vuestra?”.
“Oh Virgen, de quién
ha nacido el Dios hombre para salvar al hombre pecador!, he aquí un hombre, hele
aquí en presencia de tu buen Hijo, en presencia de tu buena madre; este pecador
se arrepiente, gime e implora. Os conjuro, pues, buen Maestro y buena Señora,
tierno Hijo y tierna Madre, os conjuro por esta verdad misma, por esta esperanza
muy especial de los pecadores; así como tú eres verdaderamente su hijo y tú
verdaderamente su Madre, a fin de salvar al pecador, haced que el pecador, que
soy yo, sea absuelto y curado, curado y salvado”.
PARA EXCITAR EN SÍ EL AMOR DE DIOS Y DE SU BIENAVENTURADA MADRE
“¡Oh María, María la
grande, la mayor de las bienaventuradas Marías, la mayor de todas las mujeres!
¡Oh gran Señora! mi corazón quiere amaros, mi boca desea alabaros, mi espíritu
desea veneraros, mi alma aspira a rogaros, todo mi ser se encomienda a tu
protección”.
“¡Oh Señora, puerta
de la vida y de la salvación, camino de la reconciliación, entrada de la
recuperación! Te suplico por tu fecundidad en frutos de salvación; haz que me
sean concedidos el perdón de mis pecados y la gracia de bien vivir y que hasta
el fin tu servidor se mantenga bajo tu protección”.
“Por tu fecundidad,
¡Oh Señora!, el mundo pecador ha sido justificado; condenado ha sido salvado;
desterrado, fue repatriado. Tu parto ¡Oh Señora!, ha rescatado al mundo cautivo;
enfermo, ha sido curado y muerto, ha sido resucitado”.
“Espera, ¡Oh Señora!
a mi alma enferma, que quiere seguirte; no te ocultes ¡Oh Señora!, a esta alma
que ve tan poco y que te busca. Ten piedad, ¡Oh Señora!, de un alma que
languidece y suspira tras de ti”.
“Dios es el Padre de
las cosas creadas, y María la madre de las cosas recreadas. Dios es el Padre que
ha construido todo, y María la madre que lo ha reconstruido”.
“¡Oh María!, te suplico, por esta gracia que
tienes de que el Señor está contigo y tú con Él, que me concedas tu
misericordia, que permanezca conmigo; has que tu amor esté siempre en mí, y tú
ten siempre cuidado de mí. Haz que el grito de mis necesidades, mientras
perduren, te siga por doquiera; que tus miradas de bondad, mientras yo viva, me
acompañen; haz que la alegría que experimento de tu bienaventuranza permanezca
siempre en mí y que tu compasión por mi miseria me siga por doquiera siempre que
lo necesite”.
“¡Oh Señora!, eres,
pues, la madre de la justificación y de los justificados, la engendradora de la
reconciliación y de los reconciliados, la madre de la salvación y de los
salvados. ¡Oh feliz confianza, oh seguro refugio! La madre de aquel en quién
únicamente esperamos y al que únicamente tenemos, es nuestra madre; la madre de
aquel, que es el único que salva o condena, es nuestra madre”.
“Que nuestra buena
Madre ruegue y suplique por nosotros. Que ella misma pida, que ella reclame lo
que no es provechoso. Que implore a su Hijo por sus hijos, a su Único por sus
adoptados, al Maestro por los servidores”.
“¡Oh buen Hijo!, te
pido, pues, por esa ternura con que amas a tu Madre, ya que la amas
verdaderamente y quieres que sea amada; haz que yo también la ame
verdaderamente. ¡Oh bondadosa Madre!, te suplico por ese amor con que amas a tu
Hijo, así como le amas verdaderamente y quieres que sea amado; concédeme que yo
también le ame verdaderamente”... “Que mi espíritu te venere como merece, que mi
corazón te ame como es justo que mi alma te ame como le conviene, que mi cuerpo
te sirva como debe, que mi vida se consuma en eso, a fin de que todo mi ser te
cante por toda la eternidad. Bendito sea el Señor eternamente”.
SANTO TOMÁS DE AQUINO
PIDIÓ A MARÍA su INTERCEsiÓn para OBTENER los BIENes ETERNOs
“Oh, bienaventurada
y dulcísima Virgen María, Madre de Dios, tesoro de toda bondad, Hija del
Soberano Rey, Dominadora de los ángeles, Madre del común Creador. Arrojo al seno
de tu misericordia, hoy y todos los días de mi vida, mi cuerpo y mi alma, todas
mis acciones, mis pensamientos, mis voluntades, mis deseos, mis palabras, mis
obras, mi vida toda y también mi muerte, para que, por tus sufragios, todo ello
tienda al bien, según la voluntad de tu querido Hijo, Nuestro Señor Jesucristo;
para que Tú seas, oh mi Santísima Soberana, mi ayuda y mi consolación en toda
asechanza del antiguo adversario y de todos mis enemigos.
De tu amado Hijo
Nuestro Señor Jesucristo, dígnate obtenerme la Gracia que me permitirá resistir
a las tentaciones del mundo, de la carne, del demonio, y tener siempre firme
propósito de nunca más volver a pecar, sino de perseverar en tu servicio y en el
de tu Hijo amado.
Ruegote también, oh
mi Santísima Soberana, que me obtengas una verdadera obediencia y una verdadera
humildad de corazón, para que me reconozca en verdad como un miserable y frágil
pecador, impotente no solamente para cometer la menor obra buena, sino también
para resistir los continuos ataques, sin la Gracia y el socorro de mi Creador y
sin tus santas súplicas.
Obtén para mí,
también, oh mi Dulcísima Soberana, una perpetua castidad de espíritu y de
cuerpo, para que con corazón puro y cuerpo casto pueda servir a tu amado Hijo y
a Ti misma en el estado de vida al cual he sido llamado.
Obtén para mí de tu
Hijo, la pobreza voluntaria, con la paciencia y la tranquilidad del alma, para
que yo pueda soportar las tareas de mi estado para mi salvación y la de mis
hermanos.
Obtenme además, oh
Dulcísima Soberana, una caridad verdadera, que me haga amar de todo corazón a tu
Hijo Santísimo, Nuestro Señor Jesucristo, y a Ti, después de Él, por sobre toda
cosa, y al prójimo en Dios y por Dios, de tal suerte que me regocije del bien,
que me aflija del mal, que a nadie desprecie, que nunca juzgue temerariamente,
que nunca, en mi corazón me prefiera a nadie.
Concédeme Reina del
cielo, que nunca se aparte de mi corazón el temor y el amor de tu Hijo; que le
dé gracias sin cesar por todos los beneficios que me vienen, no de mis méritos,
sino de su pura bondad, y que yo haga de mis pecados una confesión pura y
sincera, una penitencia verdadera, para merecer Gracia y
misericordia.
Te suplico también,
Única Madre mía, Puerta del Cielo y Abogada de los pecadores, que no permitas
que, al fin de mi vida, yo, tu indigno servidor, me aparte de la Fe Católica,
sino que, en ese momento, me socorras según tu gran misericordia y con todo tu
amor; que me defiendas de los malos espíritus; que por la gloriosa Pasión de tu
Hijo bendito y por tu propia intercesión, dándome un corazón lleno de esperanza,
me obtengas de Jesús el perdón de mis pecados, de suerte que, muriendo en tu
amor y el suyo, me guíes por el camino de la salvación y la felicidad. Amén”.
BEATO ENRIQUE SUSÓN[5]
ORACIÓN a la virgen pidiEndo asistENCIA en la hora de la muerte
En los escritos de
Enrique Susón, MEDITACIONES SOBRE LA PASIÓN, se encuentra esta oración que el
beato le dirige a la Virgen:
“Ea, pues, Madre de
toda la gracia y Madre de misericordia: defendedme y guardadme todos los días de
mi vida con benignidad de madre, y amparadme misericordiosamente en la hora de
mi muerte. Esta es la hora ¡oh Abogada de los pecadores! por cuya causa
especialmente he deseado ser muy siervo y devoto vuestro. Esta es aquella hora
terrible a cuya memoria el corazón y el alma están temblando con gran terror.
Allí apenas hay lugar para oraciones y ruegos, y no se me ofrece otro amparo de
quien en aquel trance pueda con mayor razón valerme para alcanzar el perdón.
Ea, pues, abismo
inexhausto de misericordia: arrojado a vuestras divinas plantas y con profundos
suspiros nacidos de lo más íntimo de mi corazón, os ruego y suplico que en
aquella hora merezca yo vuestra asistencia, en quien está toda la alegría. ¿Cómo
podrá desconfiar, y qué daño podrá temer, si tiene de su parte entonces mi alma
vuestro amparo?
Defendedme, pues, en
esta hora, único consuelo mío, de la espantosa y horrible vista del demonio;
socorred a este miserable y libradle de sus manos sangrientas. Hallen consuelo
en Vos los tristes gemidos míos. Mirad con vuestros ojos de misericordia
compasiva y benignamente la imbecilidad de mis flacas fuerzas cuando se irá
acercando mi última despedida.
Extiende entonces
vuestras manos piadosísimas y recibid en ellas mi alma pobre y necesitada, y con
el rostro risueño presentadla delante el acatamiento del supremo Juez,
confirmándola y certificándola de la eterna bienaventuranza, que por vuestra
intercesión alcance”.
EN EL DÍA DE LA ANUNCIACIÓN
Pasajes
Selectos:
“¡Oh María, María,
templo de la Trinidad! ¡Oh María, portadora del Fuego! María, que ofreces
misericordia, que germinas el fruto, que redimes el género humano, porque,
sufriendo la carne tuya en el Verbo, fue nuevamente redimido el
mundo.
¡Oh María, tierra
fértil! Eres la nueva planta de la que recibimos la fragante flor del Verbo,
unigénito Hijo de Dios, pues en ti, tierra fértil, fue sembrado ese Verbo. Eres
la tierra y eres la planta”.
“¡Oh María! vaso de
humildad en el que está y arde la luz del verdadero conocimiento con que te
elevaste sobre ti misma, y por eso agradaste al Padre Eterno y te raptó y llevó
a sí, amándote con amor singular”.
“¡Oh María! Porque
tuviste luz no fuiste necia, sino prudente, y por eso, con prudencia, quisiste
saber del ángel cómo sería posible lo que anunciaba”.
“Quedaste admirada y
estupefacta por la consideración de la inefable gracia de Dios, por la
consideración de tu indignidad y debilidad. Preguntando con prudencia,
demostraste profunda humildad y como queda dicho, no tuviste temor, sino
admiración por causa de la desmedida bondad y caridad de Dios, dada la bajeza y
pequeñez de tu virtud”.
“Tú, ¡oh María!, has
sido hecha hoy un libro en que se haya descrito nuestro modo de actuar. En ti se
halla descrita la sabiduría del Padre eterno, en ti se manifiesta hoy la
fortaleza y la libertad del hombre”.
“Te fue enviado un
ángel para anunciártela e indagar tu voluntad. El Hijo de Dios no bajaría a tu
vientre antes de que te conformases con ella. Aguardaba a la puerta de tu
voluntad a que abrieses al que deseaba venir a ti, y nunca habría entrado si no
la hubieses abierto, diciendo: He aquí la Sierva del Señor. ¡Oh María! A
la puerta llamaba la eterna Divinidad, pero si tú no hubieras abierto la entrada
de tu voluntad, Dios no se habría encarnado en ti”.
“María: a ti acudo y
te presento mi petición por la dulce esposa de Cristo, tu dulcísimo Hijo, y por
su vicario en la tierra para que le dé la luz a fin de que con discreción tome
las medidas oportunas para la reforma de la iglesia. Que el pueblo se una y que
su corazón se amolde al del Vicario, de modo que nunca levante la cabeza contra
él”.
“Te ruego igualmente
por los que has puesto en mi camino. Que sus corazones ardan como brasas que no
se apagan: Que siempre vivan anhelando la caridad para contigo y con el prójimo,
a fin de que en tiempo de necesidad tengan las navecillas bien provistas para sí
y los demás... Pero, María hoy te pido con atrevimiento, porque es el día de
las gracias, y sé que nada se te niega. ¡Oh María! La tierra ha germinado para
nosotros al Salvador”.
SAN CASIMIRO[7]
San Casimiro
compuso una oración a la Virgen, que rezó a diario, y pidió que se lo colocaran
en su corazón después de muerto. En 1604 al abrir su tumba para ser venerados
sus restos, su cadáver fue encontrado incorrupto, y aún lucía sobre su pecho
esta célebre oración:
“Alma mía, tributa
homenajes diarios a María, solemniza sus fiestas y celebra sus virtudes
resplandecientes. Contempla y admira su augusta divinidad y proclama su dicha
como Virgen y Madre. Hónrala a fin de que te libre del peso de tus pecados;
invócala para que no te veas arrastrado por el torrente de las
pasiones.
Oh María, honor y
gloria de todas las mujeres. Tú a quién Dios ha elevado sobre todas las
criaturas, escucha Virgen misericordiosa, los votos de los que no cesan de
alabarte.
Pide para que goce
la paz eterna y que no tenga la desgracia de ser presa de las llamas del lago
eterno. Pide que sea casto y modesto, dulce, y bueno, piadoso, prudente, recto,
enemigo de la mentira”.
SAN FRANCISCO JAVIER[8]
San Francisco
Javier, escribió un tratado en Goa-La India, entre junio y agosto de ¿1548?,
titulado “Orden y régimen que el buen cristiano debe tener todos los días para
encomendarse a Dios y salvar el alma”. Una de las instrucciones que dio el
santo respecto a este escrito que contiene treinta prácticas fue: “Esta orden y
régimen daréis a los que confesareis, en penitencia de sus pecados, por cierto
tiempo, y después les quedará en costumbre, porque es muy buen régimen y
hállanse con él muy bien los penitentes”.
San Francisco
Javier en este escrito incluyó como práctica, algunas oraciones dirigidas a la
Virgen María:
“Ruégoos mi señora
Santa María, que queráis por mí rogar a vuestro bendito Hijo Jesucristo, que me
dé gracia, hoy en este día, y en todo el tiempo de mi vida, para guardar estos
diez mandamientos”.
“Ruégoos mi señora
Santa María, reina de los ángeles que me alcancéis perdón de vuestro bendito
Hijo Jesucristo de los pecados que yo hice hoy, en este día, y en todo tiempo de
mi vida en no guardar estos diez mandamientos”.
“¡Oh señora Santa
María, esperanza de los cristianos, reina de los ángeles y de todos los santos y
santas que están con Dios nuestro Señor en el cielo! a vos, Señora y a todos los
santos me encomiendo ahora para la hora de mi muerte, que me guardéis del mundo,
carne y diablo, que son mis enemigos, deseosos de llevar mi alma al
infierno”.
En la práctica
número 25, aparte de rezar Padre nuestros y el Credo, el santo recomendó que
practicasen la devoción de algunas Ave Marías:
“Al menos tres Ave
Marías de rodillas: La primera por la fe con que nuestra Señora concibió al Hijo
de Dios; la segunda por el dolor, cuando lo vio expirar en la cruz; la tercera
por el gozo de la resurrección”.
SAN PEDRO CANISIO[9]
PIDIÓ A MARÍA SU MATERNAL INTERCESIÓN Y PROTECCIÓN ANTE SU HIJO
“Me encomiendo a ti,
gloriosa Virgen María, Reina del Cielo y de la tierra que llevaste tan
dignamente en tus purísimas entrañas al mismo Señor y Creador de todas las
cosas, concebido del Espíritu Santo, a quien yo también acabo de recibir. Te
pido, Santísima Madre de Dios, que intercedas por mí ante tu mismo Hijo, y que,
si al tomar parte en este gran Sacramento falté en una u otra manera, me
obtengas el perdón para mi negligencia e indignidad.
Tú Señora, siempre
casta e inocente, te hiciste más Santa y agradable a Dios después que concebiste
a tu Hijo, Haz que también yo, con la recepción de tan divino Sacramento me
santifique de tal manera, que de ahora en adelante pueda conservar mi corazón y
mi cuerpo limpios de toda mancha de pecado.
Cuando concebiste a
tu Hijo por obra del Espíritu Santo, cantaste magníficas alabanzas, y te
alegraste maravillosamente en Dios, tu Salvador; haz Madre Virgen, que con tus
méritos y tus plegarias, que también yo con esta sagrada comunión obtenga un
espíritu nuevo y ardiente, y que viva piadosamente en constante acción de
gracias; y haz que nunca me muestre ingrato para con tan gran Redentor y huésped
mío, sino que le sea siempre fiel servidor, y ministro en todas las cosas.
Amén”.
SAN ANTONIO MARÍA CLARET
“¡Oh Santísima
María, concebida sin mancha original, Virgen y Madre del Hijo de Dios vivo,
Reina y Emperatriz de cielos y tierra! Ya que sois Madre de piedad y
misericordia, dignaos volver esos vuestros tiernos y compasivos ojos hacia ese
infeliz desterrado en este valle de lágrimas, angustias y miserias, que, aunque
desgraciado, tiene la dichosa suerte de ser hijo vuestro! ¡Oh, Madre mía, cuánto
os amo! ¡Cuánto os aprecio! ¡Oh, cuánta es la confianza que en Vos tengo de que
me daréis la perseverancia en vuestro santo servicio y la gracia
final!”.
“Ea, pues, Madre
mía, ¿qué falta? ¿Queréis acaso un instrumento del que valiéndoos pongáis
remedio a tan gran mal? (se refiere al poder del Demonio). Aquí tenéis uno que,
al mismo tiempo que se conoce el más vil y despreciable, se considera el más
útil a este fin, para que así resplandezca más vuestro poder y se vea más
visiblemente que sois Vos la que obráis y no yo. Ea, amorosa Madre, no perdamos
tiempo; aquí me tenéis; disponed de mí; bien sabéis que soy todo vuestro. Confío
que así lo haréis por vuestra gran bondad, piedad y misericordia, y os lo ruego
por el amor que tenéis al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén”.
“Por tanto, Madre
mía, desde ahora ya comienzo a hablar y a gritar; ya acudo a Vos, sí, a Vos, que
sois Madre de misericordia: dignaos dar socorro a tan gran necesidad; no me
digáis que no podéis, porque yo sé que en el orden de la gracia sois
omnipotente. Dignaos, os suplico, dar a todos la gracia de la conversión, pues
que sin esta no haríamos nada, y entonces enviadme y veréis cómo se
convierten”.
“¡Oh María, Madre y
esperanza mía, consuelo de mi alma y objeto de mi amor! ¡Acordaos de las muchas
gracias que os he pedido, y de que todas me la habéis concedido. ¿Cabalmente
ahora hallaré agotado ese manantial perenne? No, no se ha oído, ni se oirá
jamás, que ningún devoto vuestro haya sido reprochado de Vos. Ya veis, Señora,
que todo esto que os pido se dirige a la mayor gloria de Dios y vuestra y al
bien de las almas”.
“Pues oídme Vos, a
lo menos esta vez, y dignaos concederme la gracia que os pido. Confío que lo
haréis, porque Vos sois mi Madre, mi alivio, mi consuelo, mi fortaleza y todas
las cosas después de Jesús. ¡Viva Jesús, viva María! Amén”.
ORACIÓN QUE REZABA EL SANTO AL PRINCIPIO DE CADA MISIÓN
“¡Oh Virgen y Madre
de Dios, Madre y abogada de los pobres e infelices pecadores! Bien sabéis que
soy hijo y ministro vuestro, formado por Vos misma en la fragua de vuestra
misericordia y amor. Yo soy como una saeta puesta en vuestra mano poderosa:
arrojadme, Madre mía, con toda la fuerza de vuestro brazo contra el impío,
sacrílego y cruel Acab, casado con la vil Jezabel. Quiero decir: Arrojadme
contra Satanás, príncipe de este mundo, quien tiene hecha alianza con la
carne.
A Vos, Madre mía,
sea la victoria. Vos venceréis. Sí, Vos que tenéis poder para acabar con todas
las herejías, errores y vicios. Y yo confiado en vuestra poderosísima
protección, emprendo la batalla, no solo contra la carne y sangre, sino también
contra los príncipes de las tinieblas, como dice el Apóstol, embarazando el
escudo del Santísimo Rosario y armado con la espada de dos filos de la divina
palabra.
Vos sois Reina de
los Ángeles. Mandadles, Madre mía, que vengan a mí socorro. Bien sabéis Vos mi
flaqueza y las fuerzas de mis enemigos. Vos que sois Reina de los Santos.
Mandadles que rueguen por mí, y decidles que la victoria y el triunfo que se
reportará será para la mayor gloria de Dios y salvación de sus
hermanos.
Reprimid, Señora,
por vuestra humildad, la soberbia de Lucifer y sus secuaces, que tienen la
audacia de usurpar las almas redimidas con la sangre de Jesús, Hijo de vuestras
virginales entrañas”.
SAN JUAN BOSCO
ORACIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA CONOCER LA PROPIA VOCACIÓN
“Vedme a vuestros
pies, Virgen bondadosa, para conseguir de vos la gracia importantísima de
acertar en mi elección de estado. No busco otra cosa que cumplir perfectamente
la voluntad de vuestro Hijo a lo largo de mi vida. Deseo ardientemente escoger
aquel estado en que me sienta más feliz a la hora de la muerte.
Madre del buen
consejo, hacedme oír vuestra voz de tal manera que aleje toda duda de mi mente.
Pues que sois la Madre del Salvador, os corresponde también ser la madre de mi
salvación. Si vos no me dais un rayo de Sol divino, ¿qué luz me podrá alumbrar?
Si vos, Madre de la divina Sabiduría, no me instruís, ¿quién va a ser mi
maestra?
Oíd, pues, ¡oh
María!, mis humildes plegarias. Ayudadme a vencer mis dudas y vacilaciones y
mantenedme en el camino recto que conduce a la vida eterna, pues sois la Madre
del Amor hermoso, de la Sabiduría y de la santa esperanza, en quien se hallan
los frutos del honor y la santidad.” Padrenuestro, avemaría y
gloriapatri”.
S.S. PÍO XII[10]
Su Santidad Pío XII compuso y recitó esta oración poco después de
proclamar el dogma de la Asunción:
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA ASUNTA
“¡Oh Virgen
Inmaculada, Madre de Dios y Madre de los Hombres!
1. Nosotros creemos
con todo el ardor de nuestra fe vuestra Asunción triunfal en cuerpo y alma a los
cielos, donde sois aclamada Reina de todos los coros de los ángeles y de todos
los escuadrones de los santos. Y nosotros nos asociamos a ellos para alabar y
bendecir al Señor, que os ha exaltado por encima de todas las otras puras
criaturas, y para ofreceros el anhelito de nuestra devoción y de nuestro
amor.
2. Nosotros sabemos
que vuestra mirada, que maternalmente acariciaba la humanidad humilde y
sufriente de Jesús en la tierra, se sacia en el cielo con la vista de la
humanidad gloriosa de la Sabiduría increada, y que el gozo de vuestra alma, al
contemplar faz a faz la adorable Trinidad, estremece vuestro Corazón con tiernas
emociones de eterna felicidad. Y nosotros, pobres pecadores; nosotros, cuyo
cuerpo apesga el vuelo del alma, os suplicamos que purifiquéis nuestros
sentidos, para que aprendamos, ya desde aquí abajo, a gustar a Dios, a Dios
sólo, en los encantos de las criaturas.
3. Nosotros
confiamos que vuestras pupilas misericordiosas se inclinen hacia nuestras
miserias y hacia nuestras angustias, hacia nuestras luchas y nuestras
debilidades; que vuestros labios sonrían a nuestros gozos y nuestras victorias;
que vos oigáis la voz de Jesús deciros de cada uno de nosotros, como en otro
tiempo del discípulo amado: Ve ahí a tu hijo. Y nosotros que os llamamos Madre
nuestra, nosotros os tomamos, como Juan, por guía, fuerza y solaz de nuestra
vida mortal.
4. Nosotros tenemos
vivificante certeza que vuestros ojos, que lloraron sobre la tierra regada con
la sangre de Jesús se vuelvan una vez más hacia este mundo, hecho presa de las
guerras, de las persecuciones y de las opresiones de los justos y de los
débiles. Y nosotros, sumidos en las tinieblas de este valle de lágrimas,
aguardamos de vuestra celeste luz y de vuestra dulce piedad alivio a las penas
de nuestros corazones, a las pruebas de la Iglesia y de nuestra
patria.
5. Nosotros, en fin,
creemos que en la gloria, donde reináis, vestida del sol y coronada de
estrellas, vos sois, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los ángeles
y de todos los santos. Y nosotros, desde esta tierra, por donde pasamos como
peregrinos, confortados por la fe en la futura resurrección, miramos hacia vos,
vida nuestra, dulzura nuestra, esperanza nuestra; atraednos con la suavidad de
vuestra voz, para mostrarnos un día, después de este destierro, a Jesús, fruto
bendito de tu vuestro seno, ¡oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen
María!”.
EL PAPA JUAN PABLO II
El 3 de julio de
1986, con motivo del Cuarto Centenario de la Virgen del Rosario de Chiquinquirá,
Patrona de Colombia, el Papa Juan Pablo II, de rodillas, frente al portentoso
cuadro de la Virgen, elevó una de las plegarias más bellas que se le haya
dedicado en su honor. En uno de sus extensos párrafos le dice:
¡Dios te salve
María!
Te saludamos con el
Ángel: llena de Gracia. El Señor está contigo (cf. Lc.1, 28).
Te saludamos con
Isabel: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz
porque has creído a las promesas divinas! (cf. Lc. 1, 42-45).
Te saludamos con las
palabras del Evangelio: Feliz porque has escuchado la palabra de Dios y la has
cumplido. (cf. Lc. 12, 27).
¡Tú eres la llena
de gracia!
Te alabamos, Hija
predilecta del Padre. Te bendecimos Madre del Verbo divino. Te veneramos, Madre
y Modelo de toda la iglesia. Te contemplamos, imagen realizada de las esperanzas
de toda la humanidad.
¡El Señor está
contigo!
Tú eres la Virgen de
la Anunciación, El Sí de la humanidad entera al misterio de la salvación. Tú
eres la Hija de Sión y el arca de la Nueva Alianza en el misterio de la
Visitación. Tú eres la Madre de Jesús nacido en Belén, la que lo mostraste a los
sencillos pastores y a los sabios de Oriente.
Tú eres la Madre que
ofrece a su Hijo en el templo. Lo acompaña hasta Egipto, lo conduce a Nazaret.
Virgen de los caminos de Jesús, de la vida oculta y de los milagros de Caná.
Madre Dolorosa del Calvario y Virgen gozosa de la Resurrección. Tú eres la Madre
de los discípulos de Jesús en la espera y en el gozo de Pentecostés.
¡Bendita eres
entre todas las mujeres!
Bendita porque
creíste en la palabra del Señor, porque esperaste en sus promesas, porque fuiste
perfecta en el amor.
Bendita por tu
caridad presurosa con Isabel, por tu bondad materna en Belén, por tu fortaleza
en la persecución, por tu perseverancia en la búsqueda de Jesús en el templo,
por tu vida sencilla en Nazaret, por tu intercesión en Caná, por tu presencia
maternal junto a la Cruz, por tu fidelidad en la espera de la Resurrección, por
tu oración asidua en Pentecostés.
Bendita eres por la
gloria de tu Asunción a los cielos, por tu maternal protección sobre la Iglesia,
por tu constante intercesión por toda la humanidad”.
[1] «Bajo
tu Amparo». Esta oración fue escrita en un papiro griego que pertenece al siglo
III ó IV. Se conserva en la Biblioteca de John Ryland, en
Manchester-Inglaterra.
[2] San
Efrén (¿306?- 373). Este Santo Padre de la Iglesia, nació en la ciudad de
Nisibe, en la Mesopotania (Irak). Se lo ha dado en llamar El Cantor de
la Virgen Inmaculada y Primer
Doctor Mariano. Fue uno de los poetas más famosos de su tiempo y uno de los
más ardientes enamorados de la Virgen María. Se dice que solamente a Ella le
dedicó millares de versos. La cantidad de obras que nos ha dejado es muy
extensa. Los comentarios a las Escrituras y sermones de toda índole fueron sus
temas preferidos. En 1920 fue declarado Doctor de la iglesia.
[3] Lc
1,35
[4] San
Anselmo (1034-1109), nació en Aosta del Piamonte-Italia. Fue nombrado por el
Papa Arzobispo de Cantorbery en Inglaterra. Gran devoto de la Virgen. La Santa
Sede lo declaró Doctor de la Iglesia.
[5]
(1296-1366) Famoso predicador de la Orden de los Predicadores fundada por Santo
Domingo de Guzmán. Escribió un tratado: Soliloquio con la Virgen
María.
[6] Santa
Catalina de Siena nació en Siena el 25 de marzo de 1347. Fue el número 24 de los
hijos, (25 en total), que tuvieron sus padres Jacobo Benincasa y Lapa. Fue
Terciaria Dominica. A los 30 años aprendió a leer. Toda su ciencia la aprendió
de Dios: “Mi maestro ha sido el Espíritu Santo”, afirmaba. Autora de “El
Dialogo” una de las obras célebres de la espiritualidad cristiana. Comenzó a
redactarla en 1377 y en el término de un año la concluyó.
Murió el 29 de abril de 1380. Fue canonizada por el Papa Pío XII, y
proclamada “Doctora de la Iglesia” por el Papa Pablo VI.
[7]
Protector de Lituanos y Polacos, nació en Cracovia y murió de tuberculosis el 4
de marzo de 1484.
[8] San
Francisco Javier nació en 1506, en el Castillo de Javier, cercano a
Pamplona-España. Junto con Ignacio de Loyola (el mentalizador y fundador) y
cinco compañeros más se unieron para iniciar y formar una de las más grandes
Congregaciones que ha dado la Iglesia: “La Compañía de Jesús”. Evangelizó en la
India Oriental, Japón y otros lugares. Murió (en el intento por ingresar a la
China) en la isla de Sanchian, el 3 de diciembre de 1552. El Papa San Pío X, lo
declaró “Patrono de las Misiones”. En el Castillo de Javier hay un enorme Cristo
crucificado que parece que “sonriera”. Se dice que cuando el santo murió, este
Cristo le habló a su mamá, diciéndole: “Tu hijo ha muerto”. En este lugar estuvo
el Papa Juan Pablo II el sábado 6 de noviembre de 1982.
[9] San
Pedro Canisio, nació en Nimega-Holanda en 1521. Perteneció a la Compañía de
Jesús. Fundó muchos colegios en Alemania. Predicador y escritor incansable.
Escribió un tratado referente a María: “La Virgen María, la incomparable madre
de Dios”. Murió en Friburgo-Suiza, el 21 de diciembre de 1597. En 1925 fue
canonizado y declarado Doctor de la Iglesia.
[10]
Eugenio Pacelli, su nombre de pila, nació en Roma el 2 de marzo de 1876. Gobernó
la Santa Sede desde el 2 de marzo de 1939 hasta el 8 de octubre de 1958, día de
su fallecimiento. En 1950 tuvo el privilegio de proclamar el Dogma de la
Asunción de la Virgen María.
No hay comentarios:
Publicar un comentario