lunes, 21 de diciembre de 2009
Novena de Navidad -- 6to dia
Consideración para el sexto día
21 de diciembre
"La paz es posible, si actuamos con justicia y rectitud"
Avanza la Novena de Navidad y los que la hacemos con amor queremos agradar sinceramente a Jesús, nuestro Señor y hermano, nuestro amigo entrañable. Por eso tratamos de ver más allá de los signos exteriores que embellecen nuestras casas y las calles de nuestra ciudad y procuramos ver qué es lo que realmente desea el Dueño de la Fiesta.
Del Evangelio según Lucas (1 , 39-45)
39 En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá;
40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
41 Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo;
42 y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno;
43 y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
44 Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno.
45 ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!"
Reflexión
Acabamos de escuchar cómo la Madre de Dios, inmediatamente después de recibir en sus purísimas entrañas al Hijo Eterno, bien consciente de quién es el verdadero protagonista de toda la historia humana, sale a prestar un servicio de caridad. Su actitud es un ejemplo para nosotros en esta Navidad. En nuestras fiestas, muchas veces, se olvida quien es el motivo de las fiestas y nos dedicamos a cosas que nada tienen que ver con lo que estamos celebrando. María, en cambio, a pesar de ser la que más tendría "derecho" de hacerse fiesta, entiende que su misión comienza con un notable gesto de servicio.
Por otra parte, las palabras de asombro de Isabel cuando María llega a atenderla y el salto de gozo de la criatura en su vientre, confirman la certeza incontenible de la conciencia que sabe que Dios ha venido a visitar a su humanidad de manera nueva y definitiva. Dios se ha comprometido con la causa de todos los seres humanos hasta el punto de enviar a su Hijo en persona. ¿Cómo hacer que todos los creyentes lleguen a experimentar algo del asombro de Isabel? ¿Cómo hacer que nuestra fe involucre todas las fibras de nuestro ser?
En las circunstancias actuales de nuestro país, no podemos menos que pensar qué es lo que no está funcionando desde la fe. Nos preguntamos si es que no hemos acogido el anuncio gozoso de la llegada del Hijo de Dios a compartir en todo nuestra historia y, sobre todo, si es que no se ha sabido todavía que Él puso las verdaderas condiciones para la paz. Si Él hizo presentir su llegada desde cuando habitaba el vientre purísimo de María, ahora, después de su muerte y de su resurrección, después de la efusión del Espíritu Santo, Él mismo hace experimentar el perdón, la reconciliación y la paz a cuantos lo acogen por la fe. La Iglesia que nació de su costado traspasado, de la reunión de los primeros discípulos y del portento de Pentecostés, ha dado testimonio de estos hechos.
A nuestro país le hace falta acoger de verdad y con sinceridad la obra de la gracia de Dios. Le hace falta cumplir la misión encomendada por Jesús, ser fuente de vida, de respeto por la dignidad de las personas, de humanidad. La coherencia de la vida y el testimonio de cada uno de nosotros y de las comunidades que conformamos será el único signo válido para que llegue la paz. No podrán darse condiciones adecuadas para llegar a ella si no vivimos en rectitud y justicia, individual y socialmente, de acuerdo con lo que hemos recibido.
Meditemos un momento acerca del misterio de María que nos entrega a Jesús, a quien los profetas anunciaron como "el Príncipe de la Paz". No se trata de una tierna imagen que no nos compromete, sino de un llamado serio y dichoso para que decidamos qué vamos a hacer desde hoy para que Jesús sea conocido, amado, respetado por todos y para que todos vivan de manera conforme a sus enseñanzas.
(Momento de silencio.)
Compromiso personal y comunitario
Haré hoy un examen de conciencia en el que reflexionaré sobre mis incoherencias y temores que me impiden el verdadero encuentro con Jesús y con los hermanos. De la misma manera ofreceré al Señor mi sincero propósito de hacerlo conocer y amar en los ambientes en que vivo y trabajo cada día.
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